(cuento)
La mesa tenía espacios mojados y pegajosos, una botella de licor barato preparado fungía como cirio central de la misma, un cenicero inundado de líquido tenía en su interior varias colillas que habían sido terminadas hace mucho tiempo.
Y como único adorador de la escena, el hombre de rostro flaco y hocicón con el rostro quemado con una barba lampiña y bolsas bajo los ojos, sujetó la sucia copa y de un movimiento se zampó el trago.
Con la mirada perdida en la botella de licor, se limpió la boca con la manga de su chamarra y procedió a servirse otro trago mientras murmuraba para sí.
― Pero no es mi culpa….
Y se ponía a recordar por enésima vez lo que había pasado.
―Que linda que es Rosita, siempre la ame… ¡desde colegio! y por ello formamos un hogar, éramos felices y nuestra alegría fue más grande cuando nació nuestro pequeño, el sol de nuestras vidas, amaba verlos y trabajar por ellos.
― Pero no es mi culpa…. ¡Ella sabía cómo era yo!
―Ella sabía, que para mantenerme en el trabajo tenía que acompañar a los amigos tomando unos cuantos tragos y que yo a veces me pongo violento, es que no puedo controlarme… ¡me borro!, soy así, que puedo hacer, si no voy a ir me puede botar el jefe.
― Pero no es mi culpa…. ¡Ella me aguanto todas esas cosas por nuestro hijo!
Cuando me botaron del trabajo, porque en una de las farras lo pegue al jefe, no pude conseguir otro, me refugie en el alcohol, Rosita tuvo que salir a trabajar, yo me quede en casa no había problema, se cocinar y hacer las cosas de la casa, ¡podíamos seguir adelante!. Todo empeoró cuando Rosita se dio cuenta que pedía fiado o vendía las cosas de la casa, para ir a farrear con la escuadra de la esquina, que es como llamo a mis amigos borrachines, pero aun así me aguanto… todo por nuestro hijo… ¡además que va a decir la gente!
― Pero no es mi culpa…. ¡Navidad… que es navidad… no es nada!
―Rosita me amaba mucho, ya está cerca Navidad, me dio dinero para comprar un regalo para el niño, hablamos de ese regalo casi por un mes, el niño estaba ilusionado, ya habíamos pactado que yo iba a comprar el mismo y lo dejaría en la cocina para que cuando el niño despierte pueda verlo y asombrarse de la navidad… ¡Qué culpa tengo yo que los muchachos de escuadra de la esquina me hayan ganado una apuesta para tomar un sorbito…
― Pero no es mi culpa…. ¡Él bebe tiene que saber que en la vida todos te van a decepcionar!
―Bebí todo el dinero del regalo, ¡llegue beodo a casa!, Rosita me reclamo mi estado y el regalo, mientras en la radio se escucha una tonada navideña, supongo que estaba cansada de todo lo que pasaba. Para colmo el niño despertó y lloró al ver que estábamos peleando, mientras en las otras casas la gente disfrutaba de la navidad… ¡No sé qué me paso… simplemente los golpeé para que sus voces callaran y me dejen de molestar!
― Pero no es mi culpa…. ¡Ella debía ponerme límites!
Desperté… Rosita y el niño yacen en el suelo están callados, no hay risas, no hay palabras solo un silencio espectral rodea mi vivienda, salgo a beber para aclarar mi mente y preguntarme ¿Qué es lo que ha sucedido?... ¿qué es lo que he hecho?
― ¡No es mi culpa…! Necesito convencerme que no es mi culpa!
Y acto seguido bebió el contenido completo del miserable líquido en su interior, mientras cerca del lugar se escucha una multitud furiosa que grita:
―¡Asesino… Asesino...! … ha matado a dos inocentes.
―¡El maldito borracho ha matado a su esposa y a su hijo!
Por: Ricardo Jorge Llanque Ferrufino
Y como único adorador de la escena, el hombre de rostro flaco y hocicón con el rostro quemado con una barba lampiña y bolsas bajo los ojos, sujetó la sucia copa y de un movimiento se zampó el trago.
Con la mirada perdida en la botella de licor, se limpió la boca con la manga de su chamarra y procedió a servirse otro trago mientras murmuraba para sí.
― Pero no es mi culpa….
Y se ponía a recordar por enésima vez lo que había pasado.
―Que linda que es Rosita, siempre la ame… ¡desde colegio! y por ello formamos un hogar, éramos felices y nuestra alegría fue más grande cuando nació nuestro pequeño, el sol de nuestras vidas, amaba verlos y trabajar por ellos.
― Pero no es mi culpa…. ¡Ella sabía cómo era yo!
―Ella sabía, que para mantenerme en el trabajo tenía que acompañar a los amigos tomando unos cuantos tragos y que yo a veces me pongo violento, es que no puedo controlarme… ¡me borro!, soy así, que puedo hacer, si no voy a ir me puede botar el jefe.
― Pero no es mi culpa…. ¡Ella me aguanto todas esas cosas por nuestro hijo!
Cuando me botaron del trabajo, porque en una de las farras lo pegue al jefe, no pude conseguir otro, me refugie en el alcohol, Rosita tuvo que salir a trabajar, yo me quede en casa no había problema, se cocinar y hacer las cosas de la casa, ¡podíamos seguir adelante!. Todo empeoró cuando Rosita se dio cuenta que pedía fiado o vendía las cosas de la casa, para ir a farrear con la escuadra de la esquina, que es como llamo a mis amigos borrachines, pero aun así me aguanto… todo por nuestro hijo… ¡además que va a decir la gente!
― Pero no es mi culpa…. ¡Navidad… que es navidad… no es nada!
―Rosita me amaba mucho, ya está cerca Navidad, me dio dinero para comprar un regalo para el niño, hablamos de ese regalo casi por un mes, el niño estaba ilusionado, ya habíamos pactado que yo iba a comprar el mismo y lo dejaría en la cocina para que cuando el niño despierte pueda verlo y asombrarse de la navidad… ¡Qué culpa tengo yo que los muchachos de escuadra de la esquina me hayan ganado una apuesta para tomar un sorbito…
― Pero no es mi culpa…. ¡Él bebe tiene que saber que en la vida todos te van a decepcionar!
―Bebí todo el dinero del regalo, ¡llegue beodo a casa!, Rosita me reclamo mi estado y el regalo, mientras en la radio se escucha una tonada navideña, supongo que estaba cansada de todo lo que pasaba. Para colmo el niño despertó y lloró al ver que estábamos peleando, mientras en las otras casas la gente disfrutaba de la navidad… ¡No sé qué me paso… simplemente los golpeé para que sus voces callaran y me dejen de molestar!
― Pero no es mi culpa…. ¡Ella debía ponerme límites!
Desperté… Rosita y el niño yacen en el suelo están callados, no hay risas, no hay palabras solo un silencio espectral rodea mi vivienda, salgo a beber para aclarar mi mente y preguntarme ¿Qué es lo que ha sucedido?... ¿qué es lo que he hecho?
― ¡No es mi culpa…! Necesito convencerme que no es mi culpa!
Y acto seguido bebió el contenido completo del miserable líquido en su interior, mientras cerca del lugar se escucha una multitud furiosa que grita:
―¡Asesino… Asesino...! … ha matado a dos inocentes.
―¡El maldito borracho ha matado a su esposa y a su hijo!